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sábado, 6 de diciembre de 2008

SANDRO BAYLÓN Y LA HERIDA QUE NUNCA CIERRA


La fatalidad ronda el club Alianza Lima desde siempre. Cuando la herida de la caída del Fokker, en donde murió todo el plantel blanquiazul, estaba por cicatrizar; un accidente de auto en el año 2000, se llevó al que había sido elegido el mejor jugador del año: Sandro Baylón. Los hinchas lo lloran hasta el día de hoy. Su tumba es un santuario en el cementerio de Campo Fe en Huachipa. Las banderolas con su cara son comunes en el Comando Sur. Hay quienes aún celebran sus goles como él, con las manos juntas como orando. ¿Quién era este jugador que llamaba tanto la atención? ¿Qué de especial tenía este muchacho de 22 años de origen humilde cuyo juego conmovía a los de diestra y siniestra? ¿De dónde salió este chico que casi ni hablaba y aparecía a diario en los medios?


Payet, Independencia - 1977
En la casa de los Baylón el parto era un ritual conocido. La partera se encargaba de todo, y los niños se peleaban por fisgonear por la cerradura de la puerta. Era una ceremonia que terminaba con el llanto del bebé. Ana respiraba aliviada. Los dolores no eran novedad. Sabía cómo respirar cuando el dolor se hacía más intenso y el sudor de su frente llegaba a las comisuras de sus labios. Esa tarde de abril nació Sandro. La casa era una fiesta con el nuevo hijo. A pesar de las precariedades, Pedro y Ana trataban que las penas sean pocas. Ese día cenaron guiso y dieron gracias a Dios. Llegó el tío Julio a ver al nuevo integrante. Esa noche fue de jarana con guitarra y cajón. El pequeño Sandro lloraba muy poco. Más bien, esa noche parecía que lo observaba todo. Su madre se quedó dormida dándole de lactar y soñando con su futuro.


La Victoria - 1999
“Zaguero goleador”, “Columna Vertebral de Alianza”, “Jugador del año”, “Baylón se va para Alemania”. Ese fue el mejor año para Sandro. La prensa lo quería y la gente también. Él mantenía el perfil bajo. Se reía por dentro. Se había comprado el paquete completo. El de las críticas y el de los halagos. Ninguno lo distraía mucho. Lo cierto era que Sandro era un jugador especial. Tenía potencia, técnica, visión de cancha. Y para su puesto de zaguero, había marcado goles importantes. Fue convocado a la selección sub-23. Y por su eficiencia, más que por su voz de mando, se convirtió en capitán. Demostraba seguridad a sus 22 años. También sentía miedo, pero eso solo lo conversaba con su amigo Quinteros, jugador de Alianza y también seleccionado juvenil. Henry le sacaba presión, haciéndolo reír. El ambiente en Alianza era festivo siempre, en la cancha y fuera de ella. No había triunfo que no se celebrara. Y en la segunda mitad del año, Alianza había encontrado su juego ideal. El Torneo Clausura, lo ganaron faltando una fecha ante Municipal. Eso significaba jugar los play-off ante Universitario. Su sueño, como todo futbolista, era salir campeón nacional para luego tentar suerte en Europa. Ya su compañero Claudio Pizarro, había logrado llevar sus goles a Alemania. Pero para un zaguero siempre es más difícil. Tampoco era una idea jalada de los pelos. Había rumores que se iba al año siguiente.


Barrio de Independencia - 1986
Sandrito llegaba los viernes del colegio, comía, se cambiaba y volvía a salir. Lo esperaban sus amigos para jugar fulbito en la loza. Miguel y Leo, le tiraban el pase siempre, no importa en qué lugar de la cancha estaban. Sandro la metía. Todo por ganar la apuesta del partido: un sol. Sandro tenía 9 años, el pelo ensortijado y los ojos brillosos. Era aplicado en el colegio y hablaba lo justo. Estudiaba en el Mariano Melgar, y le gustaba un curso preparatorio de contabilidad. Quería dedicarse a eso cuando creciera. De regreso a casa, pasaba por el taller donde trabajaba su papá Pedro. Le enseñaba el sol y contaba sus hazañas con la mirada. Ana, su madre, lo esperaba en casa sentada el lado del fogón. Soñaba con un buen futuro para sus hijos. En general soñaba siempre. Sandro irrumpía con un beso.


San Isidro - 1999
El profesor Ospina ordenó esa mañana de febrero, relajación muscular tras la práctica. Sandro solo esperaba la llamada. Le había pedido al utilero que conteste su celular. En pleno estiramiento, vio el gesto del tío Acuña y pidió permiso al profe para retirarse. Su hijo estaba por nacer. Cuando llegó a la clínica vio a Noemí y le tomó la mano. Piero Alessandro nació dos horas después. Jamás había sentido algo parecido. Los que lo vieron dicen que su juego mejoró aún más desde ese día. Y a partir de entonces, en todas las entrevistas declaraba que el mejor día de su vida fue cuando nació su hijo.


Ate - 1999
Ganarse el respeto en la cancha no es fácil. No hablo de dar miedo pegando, ni de hablar demás. El respeto del rival se gana en la cancha jugando a pecho abierto, con el corazón expuesto. Jugando con los dientes apretados y la cabeza ordenada. Esto lo sabían todos los que lo vieron jugar. El respeto que generaba Sandro iba más allá de su club. En Universitario todos hablaban bien de él. Chemo del Solar, era el primero en resaltar sus virtudes. En los clásicos lo saludaba y siempre hablaban un poco. Cuánto hubiera querido que fuese crema. Imaginaba todo su potencial. Hasta los hinchas cremas le tenía una mezcla de respeto y cariño. “Que esté en el barrio equivocado no significa que no se le admire” sostienen. Hasta el díscolo presidente crema Alfredo Gonzales se refería a Sandro como un excelente jugador. No es común este sentimiento entre los rivales más acérrimos. Si bien nuestra versión de rivalidad entre hinchadas, es una más bien light, el aceptar que un jugador contrario sea admirable era algo impensado.


Costa Verde - 2000
Mientras el mundo se deshacía celebrando la llegada del nuevo siglo, y del “fin del mundo”, Albertino Rojas, salió a trabajar con su tico esa desolada mañana de primero de enero. Regresaba de San Isidro por el circuito de playas. Esperaba encontrar a clientes que paguen lo que merecía por desvelarse en fiestas trabajando. Eran las 5:45 de la mañana y por la raido se oían boleros . De pronto escuchó el sonido de un impacto a 20 metros. El Toyota Corona negro que lo había sobrepasado 4 segundos antes, se elevaba por los aires y caía contra un poste. El taxista no lo podía creer. Se estacionó a un costado para ver qué había pasado. El carro parecía un acordeón. El interior estaba expuesto, y Albertino creyó reconocer al conductor. Era el mismo que aparecía en el diario que compró el día anterior. El mismo que había sido elegido jugador del año. No lo podía creer, sintió una pena profunda. Se puso al lado del carro de cuclillas y rezó un padrenuestro. Llegó un patrullero a los 30 minutos. Le tomaron el pulso, y no había nada que hacer. Sandro Baylón había fallecido. La prensa roja fue la primera en llegar, después llegó la de deportes. Luis Vizcarra, corresponsal del diario El Bocón, había estado celebrando el año nuevo con sus amigos. Cuando recibió la llamada pensó que era una broma más. Salió de la fiesta para oír mejor. La voz del otro lado era de mucho pesar. Se quedó en silencio un rato. Pasó por el fotógrafo y se fueron al lugar de los hechos. Nadie esperaba comisión ese día.
Eran cerca de las 7am y se juntaron alrededor de 40 personas, entre curiosos, hinchas, policías, bomberos y hombres de prensa. Cada uno estaba más incrédulo que el otro. Todos sollozaban. Habían pasado del frenesí de ser testigos del nuevo año a la pena más inesperada.
Sandro había estado celebrando el año nuevo con sus amigos del barrio. Desde que empezó a jugar de titular, Leo y Miguel le habían reclamado que ya no pasaba tiempo con la gente del barrio. El “Mudo” había prometido que se reunirían en Año Nuevo. Así lo hizo. Estuvieron conversando y recordando las épocas cuando peloteaban en el barrio. A las 4.45am recibió una llamada de Henry Quinteros. Su amigo del alma estaba celebrando en el balneario de Santa María y le pidió que vaya para allá. Sandro aceptó, y se despidió de sus amigos. En la radio de su auto escuchaba “Manolito y su Trabuco”. Sus reflejos no eran los mismos, había tomado lo suficiente como para no reaccionar ante un imprevisto.


La muerte se lleva muchas cosas. Es el enemigo declarado de todos los que aman la vida. Pero también la muerte tiene, digamos, beneficios. La muerte nos hace revisar la vida del que se fue y sin mezquindad encontrar lo mejor. La muerte te conduce directo al recuerdo de las personas queridas. La muerte pone en tu boca palabras que nunca pensaste decir, y sentimientos que nunca pensaste revelar. A Sandro, la muerte le otorgó estatus de siempre-jóven. De leyenda. De promesa y realidad. Sandro no envejecerá. Será lo que cada uno quiere que sea. Más allá de un gran jugador. Sandro salió del barrio sin ese estigma de maleante. No era el charlatán que habla lo que no juega. No, el jugaba lo que no hablaba. Llegó a jugar en Alianza en base a su esfuerzo. Se ganó el respeto de todos. Y es un recuerdo vivo en el corazón de los que aman el fútbol.

lunes, 1 de diciembre de 2008

El Viejo y el gol

Con sorpresiva alineación. Universitario derrotó a Alianza en el último clásico del año

Nunca un arquero empujó tanto desde el arco como Oscar Ibáñez en el clásico del fútbol peruano. Gareca entendió que en estos partidos los superhombres como Fernández no son suficientes. Va más allá de los reflejos, la elasticidad, las voladas espectaculares. Quería un referente en el arco y es lo que fue Ibáñez. Nunca fue tan Hemingway, el Viejo Ibáñez. Esperaba su turno con paciencia sabia. Sin saber si llegaría algún día. Oscar más que competir, estaba al servicio de quién quiera oír un consejo en el equipo crema. Y era como un sueño cuando Gareca le dijo con su mismo acento: Entrás!

Desde el arco se ve todo mejor. Ante las pocas llegadas de Alianza, respondía en uno o dos tiempos. Se aferraba a la pelota, como a su deseo de retirarse campeón. Así empezó a mandar al equipo adelante, él se encargaba de mantener el cero, y que los demás busquen la diferencia. Entonces todos se contagiaron, primero Candelo -al colombiano le salió todo- y luego Hurtado -predicando goles-. Fue con el primer gol de Hurtado que el buen Oscar recordó por completo la titularidad. El Viejo nunca fue tan Hemingway.

A estas alturas ya el partido estaba dominado por la U, mientras el árbitro Carrillo se desdibujaba con discutidas decisiones. Un tiro libre del aliancista Martínez puso nuevamente a prueba a Ibáñez pero ya estaba demasiado metido para fallar. A los 47 Carmona daba clase de potencia al cruzar casi todo el campo, para que Hurtado vuelva a celebrar con Dios. El Viejo festejó solo, como lo hacen los arqueros. Sentía que la batalla esta vez estaba de su lado.

Como se daba el partido, cualquier cosa podía pasar, y así como no cobró penales claros, Carrillo decretó uno a favor de Alianza que solo vio el juez de línea. Entonces por la cabeza de Ibáñez solo pasaba la idea de seguir disfrutando el momento. Quién sabe si el próximo partido será titular. Lo cierto es que los clásicos se viven así con intensidad. Y este partido tuvo de todo para Ibáñez, hasta gol en contra de Aparicio. Él sabe que esto es así, que son las pequeñas batallas las que se deben librar con dignidad. Como el Viejo de Hemingway que luchaba contra la fuerza del mar y de su presa, el Viejo también se batía en la lucha de salir airoso de estos partidos. Y quién sabe, retirarse campeón.
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